Campamento Mundari - Sudan del Sur 2020
La vida entre los mundari transcurre inmersa en un particular ritual que consiste en el cuidado y embellecimiento de sus vacas. Esta comunión perfecta con sus animales, que representan su patrimonio y engrandecen su estatus, transmite un aspecto tan fotogénico que me cautivó desde el momento en que atisbé el campamento.
Llegamos poco antes de caer la tarde. Las mujeres habían encendido pequeñas hogueras esperando la llegada del ganado. La humareda del ambiente junto con los colores del ocaso, envolvían al campamento. El polvo rojo y el humo irritaban mis ojos, pero nada impedía percibir a mi alrededor esos momentos de magia que siempre he deseado llegar a mostrar en alguna fotografía. Semejante ambientación anticipaba algunas de las impactantes costumbres de los mundari.
El ganado fue atado uno a uno formando varios círculos. Muy pronto me encontré rodeada por astados inmensos, los Ankole-Watusi, raza de cuernos larguísimos casi ondeados, moldeados por sus dueños día a día. Animales muy pesados, hermosos y codiciados, tanto que los mundari van armados para evitar los robos de tan preciado ganado.
La noche aplastó al día y me dormí. De fondo, el ruido de cientos de animales, a pocos pasos de nuestras tiendas, creaba una inmensa barrera entre la joven capital de Ecuatoria Central y el seductor ambiente del campamento mundari.
Antes del amanecer la rutina ya irrumpía en el campamento. Los jovencitos rápidamente recogen los excrementos de las vacas con sus manos y los dejan donde se encuentran las mujeres allanando el suelo para preparar las hogueras.
Con las cenizas, hombres y niños frotan sus cuerpos, luego frotarán a los animales uno por uno. Lo hacen a diario por tradición y porque las cenizas protegen de las picaduras y del sol. Otros más allá, limpian sus dientes con un palo.
A mi derecha una vaca orina y un chaval mete la cabeza debajo, mojando también su cuerpo. La orina es desinfectante y su uso continuado proporciona un tono rojizo al pelo. Alrededor se continúan amontonando los excrementos, y mientras los niños y las mujeres sueltan el ganado, algunos hombres rezagados continúan embadurnando su cuerpo con cenizas y dibujando figuras sobre su piel.
Así, día tras día, transcurren los rituales de cada mañana.
Si los animales son grandes y hermosos, no lo son menos los mundari. Estilizados y bellos, prácticamente rapados y con profundas escarificaciones en forma de V en la frente; tanto la mujer como el hombre pueden superar los 2 metros. Viven en campamentos que desplazan constantemente buscando los mejores pastos para su ganado muy cerca del Nilo y su lengua se la Bari.
Los mundari mantienen una costumbre milenaria: soplan con su boca dentro de la vagina de las vacas para estimular y favorecer la extracción de la leche. Es una práctica sorprendente que nunca antes había visto y he leído que probablemente la han copiado de sus vecinos, también de lengua nilótica, los Nuer.
Al igual que en otras comunidades tribales suelen perforar la yugular del animal para extraer su sangre. Esta actividad suele relacionarse con algún tipo de ritual, pero esta vez, luego de cocer la sangre en una olla sobre el fuego durante largo rato, se la han dado a los más pequeños, los que apenas caminaban. Los niños algo mayores preferían beber la leche de la vaca directamente, chupando de las ubres.
Los hombres y los niños, llevando sus armas y sus palos, partieron con el ganado antes de que el sol apretase. Regresarán al atardecer y, una vez más, este alejado campamento reproducirá esa cosmología mágica cubierta por el humo de las hogueras.
Read MoreLlegamos poco antes de caer la tarde. Las mujeres habían encendido pequeñas hogueras esperando la llegada del ganado. La humareda del ambiente junto con los colores del ocaso, envolvían al campamento. El polvo rojo y el humo irritaban mis ojos, pero nada impedía percibir a mi alrededor esos momentos de magia que siempre he deseado llegar a mostrar en alguna fotografía. Semejante ambientación anticipaba algunas de las impactantes costumbres de los mundari.
El ganado fue atado uno a uno formando varios círculos. Muy pronto me encontré rodeada por astados inmensos, los Ankole-Watusi, raza de cuernos larguísimos casi ondeados, moldeados por sus dueños día a día. Animales muy pesados, hermosos y codiciados, tanto que los mundari van armados para evitar los robos de tan preciado ganado.
La noche aplastó al día y me dormí. De fondo, el ruido de cientos de animales, a pocos pasos de nuestras tiendas, creaba una inmensa barrera entre la joven capital de Ecuatoria Central y el seductor ambiente del campamento mundari.
Antes del amanecer la rutina ya irrumpía en el campamento. Los jovencitos rápidamente recogen los excrementos de las vacas con sus manos y los dejan donde se encuentran las mujeres allanando el suelo para preparar las hogueras.
Con las cenizas, hombres y niños frotan sus cuerpos, luego frotarán a los animales uno por uno. Lo hacen a diario por tradición y porque las cenizas protegen de las picaduras y del sol. Otros más allá, limpian sus dientes con un palo.
A mi derecha una vaca orina y un chaval mete la cabeza debajo, mojando también su cuerpo. La orina es desinfectante y su uso continuado proporciona un tono rojizo al pelo. Alrededor se continúan amontonando los excrementos, y mientras los niños y las mujeres sueltan el ganado, algunos hombres rezagados continúan embadurnando su cuerpo con cenizas y dibujando figuras sobre su piel.
Así, día tras día, transcurren los rituales de cada mañana.
Si los animales son grandes y hermosos, no lo son menos los mundari. Estilizados y bellos, prácticamente rapados y con profundas escarificaciones en forma de V en la frente; tanto la mujer como el hombre pueden superar los 2 metros. Viven en campamentos que desplazan constantemente buscando los mejores pastos para su ganado muy cerca del Nilo y su lengua se la Bari.
Los mundari mantienen una costumbre milenaria: soplan con su boca dentro de la vagina de las vacas para estimular y favorecer la extracción de la leche. Es una práctica sorprendente que nunca antes había visto y he leído que probablemente la han copiado de sus vecinos, también de lengua nilótica, los Nuer.
Al igual que en otras comunidades tribales suelen perforar la yugular del animal para extraer su sangre. Esta actividad suele relacionarse con algún tipo de ritual, pero esta vez, luego de cocer la sangre en una olla sobre el fuego durante largo rato, se la han dado a los más pequeños, los que apenas caminaban. Los niños algo mayores preferían beber la leche de la vaca directamente, chupando de las ubres.
Los hombres y los niños, llevando sus armas y sus palos, partieron con el ganado antes de que el sol apretase. Regresarán al atardecer y, una vez más, este alejado campamento reproducirá esa cosmología mágica cubierta por el humo de las hogueras.